Completo Camagüey / The whole city
       
     
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Completo Camagüey / The whole city
       
     
Completo Camagüey / The whole city

Legna Rodríguez Iglesias

Hablábamos de sueños, hace poco, en una mesa. Las demás comían pero yo solo bebía una bebida típica de mi país. Como no sé preparar cocteles, aprovecho. El vaso estaba lleno de cuadritos de hielo y yo empecé a comerme la matica desaforadamente, como si ese pequeño tallo y esas exiguas membranas contuvieran las memorias, aquellas originales. También me comí el limón.

Les contaba que en mis sueños pasan cosas de Miami que ocurren en Camagüey. Entro a un supermarket y compro papel toalla y salgo a la acera de la calle República y vuelvo a quedarme parada viendo a la gente alejándose desde la Plaza Maceo, en la esquina donde vivía Bárbara Oliveira y donde empieza mi novela Las analfabetas. Pero la gente que veo alejarse no son de ahí, son venezolanos o colombianos.

La mayoría de los cubanos aquí en Miami son de La Habana. Extrañan La Habana y regresan a La Habana y visitan los lugares donde vivieron o donde preferían estar. Los camagüeyanos que conozco no regresan tanto a Camagüey. Yo misma no he regresado en años, aunque cuando me llegó la residencia en el 2016 pedí la baja en el Subway de la Collins y me fui. Pasé por La Habana y seguí para Camagüey y me hice seis tatuajes, por si acaso. Y me dio linfangitis en uno y se me borró.

Me gusta ir a casa de Gustavo y Oneida para hablar en nuestro idioma, que es un idioma romántico basado en los recuerdos. Los tres nos ponemos románticos y nos acordamos de tantas cosas. El otro día encontré en Facebook a un muchacho que conocí caminando por los portales de la Avenida de Los Mártires, entre Andrés Sánchez y Tomás Betancourt. Lo recuerdo con precisión porque en Andrés Sánchez vivía mi mejor amiga, y por Tomás Betancourt doblaban las guaguas. Pues este muchacho me pide amistad en Facebook después de conversar cinco minutos por Whatsapp, y yo le doy mi amistad en Facebook como si fuera el último año del siglo veinte.

Las fotos de Armando Guerra son membranas vegetales de una bebida típica en un vaso de cristal. Yo quisiera que Armando viviera en Miami para hablar de eso, de Camagüey en sus fotos, que no es lo mismo que hablar de Camagüey a secas, o de Camagüey en las películas de Gustavo Pérez. Camagüey es el mismo pero lo que ellos dicen no.

Le pedí a Armando Guerra sus fotos de Camagüey para hablar de Camagüey a medianoche. Serví dos centímetros de Havana Club añejo sin cuadritos de hielo que me trajo Marcela de La Habana y me puse a mirar los colores de las fotos. Eran los colores de Armando Guerra, el fotógrafo cubano que retrata lugares, vacíos, multitudes, como Kampala, Sumatra, Pantanal, Panamá City, Miami, Malmö, Cartagena, Manila, Oaxaca, Camagüey. Y eran los colores de la ciudad donde uno hace todo por primera vez. Dios santo, Camagüey.

Lo cierto es que siempre me ha gustado decir que nací en Camagüey. Y la gente preguntaba dónde, ¿en Camagüey Camagüey? Y yo respondía que sí, que en Camagüey Camagüey. Y la gente ¿pero dónde? Y entonces cuando yo les decía dónde me respondían que no, que eso no era el centro. Porque hay un tipo de camagüeyanos que da suma importancia al centro y otro tipo que da importancia a los nísperos maduros que se derriten sobre la lengua cuando uno muerde la carne. Mi papá y mi mamá me enseñaron a comer nísperos sin pelarlos, con cáscara y todo. Y así es como yo me los como, doquiera que los encuentro.

Debe ser por eso que a veces, cuando saludo a alguien o me despido de alguien, le hablo en segunda persona, como si yo fuera otra, y repito sonriente la famosa frase que da la bienvenida a la ciudad por los cuatro puntos cardinales: Te quiere y te abraza, Camagüey. Así le dije ayer a Jamila, en vez de decirle te quiero o de despedirme de cualquier forma. Y Jamila se acordó de otra frase rimbombante, exagerada, que usamos en Camagüey para decir que hemos terminado o que hemos llegado al final con suficiente éxito.

Para los que nunca han ido, puedo decirles lo mismo que me aprendí en geografía: Camagüey es enorme y redonda, y está en la barriga del mapa, en esa parte que hace como un semicírculo. El municipio principal se llama igual que la provincia, por eso la gente pregunta si uno es de Camagüey Camagüey, porque hay un Camagüey provincia y un Camagüey municipio. Y por eso yo respondo que Camagüey Camagüey, porque soy del municipio y a la vez de la provincia.

El municipio está en el centro, lejos de las playas del sur y de las playas del norte. Para ir a la playa había que esperar que llegaran las vacaciones y había que hacer un viaje más o menos desagradable. La gente bromeaba con eso repitiendo una frase dos veces, la primera vez con signos de exclamación y la segunda vez con cansancio: ¡Nos vamos pa la playa! Venimos de la playa.

En algunos express way de Miami hay maticas parecidas a las que había sembradas en la carretera por donde íbamos a la playa. Teníamos que levantarnos a las tres de la mañana, dejar los pozuelos de comida preparados desde la noche antes (arroz amarillo con pollo, espaguetis nadando en puré de tomate o pan con mayonesa) y salir de madrugada caminando por la calle hasta el punto de recogida. A ese punto que quedaba a varios kilómetros de la casa llegábamos ya sudados, pero felices. Subíamos a la guagua Girón con la mitad de los asientos rotos y el chofer arrancaba el motor: dos horas de camino hasta Santa Lucía.

De todo eso me acuerdo cuando alguien se va de Miami y quiero decirle que no habrá maticas como estas en el express way de la nueva ciudad. No hay maticas así en el express way de New York, ni en el express way de Chicago, ni en el de Atlanta. Pero a quién va importarle un estúpido arbusto en el que seguramente ni siquiera se ha fijado. Lo cierto es que varias de las personas más bonitas que he conocido en Miami, al margen del express way y del tráfico infernal, enseguida se largan a otra ciudad, por una razón u otra (Ingeborg, Pedro Navarro, Sarah, Isadoro Saturno).

En las fotos, un Ulises de llanura retrata Camagüey durante veinticuatro horas. Logra captar la vida, cómo surge y se expande más allá de la pobreza, la tristeza o la desidia. Cómo va despertando un territorio con la salida del sol y cómo declina el tiempo con la ausencia de la luz. Pero esa ausencia de luz es un umbral abierto, un sueño de alguien que ya no está. Que ya no existe.

Hay personas que exigen a otros una identificación. Personas que creen en eso y que necesitan identificarse y que los demás lo hagan. Pero tal vez mis identidades no son las más necesarias. Además de ser mamá y escribir irrelevancias, yo me identifico con Camagüey. Con la mata de guayaba enana que sembró mi mamá en el patio (¿o fue mi papá?), con mi mamá diciendo que murió la flor, con Luisa Roselia diciendo que estoy entre dos y tira bordada, con Ángel Iglesias pidiéndole a Luisa Roselia que le eche un poco de leche por arriba del arroz. Nunca supe cómo lo hacía pero le gustaba eso. Y yo me identifico con ese recuerdo único, el de un hombre almorzando de esa forma, sin quitarse el sombrero de la cabeza.

Debe haber más pero así está bien. He terminado. Completo Camagüey.

Miami, 23 de octubre de 2023

00:45

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